Me miro el ombligo. Es perfecto, redondo, con altos, bajos, curvas. Embriaga, hipnotiza. Lo toco con la punta del dedo índice: cede apenas. Mido la profundidad, el ancho, el alto. Recorro los bordes, aprieto un poco aquí y allá. Parece más blando a los lados, más duro por arriba y por abajo. Puedo pasar horas así, días. Cautiva, mi ombligo. Quisiera mostrárselo ahora mismo a mi familia, a mis amigos más queridos, para compartir con ellos esta maravilla. Y a mis conocidos, y a los amigos de mis conocidos, y a los conocidos de todos ellos también. Una experiencia única. Y quisiera poder proyectar mi ombligo al universo, para que en África, en la China, vean asomarse mi ombligo en lugar del sol y entiendan el origen y destino de todas las cosas, su razón de ser.
Interesante… ¿una exaltación del humanismo o una variante a “rascarse el ombligo”?
Definitivamente es y fue el muso inspirador de muchísimos blogs.
Qué pena que, para llegar al entendimiento que vos quisieras, tendríamos que ver TU ombligo desde la misma perspectiva que el NUESTRO.
Ah no, Luisa, ¡no vas a comparar mi ombligo con el de ustedes!
Jamás me atrevería.
Iba a poner algo muy interesante, pero es difícil tipear mientras un dedo se distrae placenteramente en mi ombligo… y sin mirar ya la pantalla… porque tengo que mirar, no puedo dejar de mirar, mi ombligo…