Categoría: La última luz

Pareció que se abría una puerta

Pareció que se abría una puerta en la otra habitación, a mi izquierda, pero era el sol que salía de entre las nubes, más allá del cortinado.

El hombre enmascarado

El hombe enmascarado fascinó a todos. HIzo gala de agilidad, ingenio, gracia. Bailó mejor que nadie, dio las mejores respuestas, halagó como nadie a las damas. Brillaba como rodeado por luces especiales.

Todo el mundo se preguntaba quién sería. Hubo rumores, especulaciones, nombres susurrados al oído. La tensión fue creciendo durante la noche, la expectativa llenó la sala como un globo de aire caliente.

La tremenda decepción llegó al final, a última hora, cuando alguien logró por fin arrancarle la máscara y resultó ser un perfecto desconocido.

Empecé a escribir

Empecé a escribir algo sobre letras, palabras, días, años de vida, pero no cerraba. Mejor.

En la esquina superior derecha

En la esquina superior derecha de la foto hay una mancha apenas más oscura que el cielo que la rodea, alargada en sentido horizontal, con una especie de punta roma que sale hacia abajo. Podría ser el resultado de una mancha en el lente de la cámara, pero no lo creo porque no se reproduce en otras fotos. También podría ser un pájaro en movimiento, o el fragmento de una rama de árbol muy fuera de foco. O, ya que estamos, una nube. Sin embargo, ninguna de esas explicaciones es convincente.

Por debajo de la mancha hay una gran extensión de cielo azul, un horizonte apenas inclinado y una tierra llana, de color verde oscuro, salpicada de animales negros que si parecen vacas es porque no hay otra opción razonable.

En el centro, a unos veinte metros de distancia, está L. Mira en la dirección general de la mancha, pero lo más probable es que sólo sea una ilusión el que parezca que la estaba mirando. No dijo nada de manchas, pájaro, rama, nube, lo que fuera. Es verdad, sin embargo, que no tuvo tiempo para mencionarlo.

En la foto siguiente, que saqué un momento después, ni la mancha ni L son visibles.

Los edificios se van espaciando

Los edificios se van espaciando. Cuanto más lejos del centro, más oscuros. La influencia de la ciudad se diluye a medida que la dejamos atrás. El auto avanza por un camino antiguo, poco transitado. Las piedras que formaron un pavimento están apiladas en la cuneta. Saltamos sin decir palabra.

La única voz está en la radio, donde alguien habla un idioma que no reconozco. Las consonantes corresponden a un sitio con montañas, las vocales a una isla tropical. La radio parece ciega a esta llanura que nos rodea.

El hombre calvo va en el asiento vecino al conductor, delante de mí. Mira por la ventanilla sin mover la cabeza, y según veo en el espejo lateral, sin mover los ojos. Probablemente no sepa que lo observo de ese modo indirecto. Yo mismo llevo un largo rato observándolo sin darme cuenta, hasta ahora.

Si la voz de la radio perteneciera al hombre calvo, la historia reciente sería otra.

Cierro los ojos para salir de la obsesión del espejo lateral, giro la cabeza hacia la izquierda, abro los ojos. Los hombros anchos del conductor sobresalen del asiento. Tiene la espalda encorvada, la cabeza hacia adelante. Las manos vibran con el volante, se sacuden a cada golpe de las ruedas en el camino destrozado.

No sé a dónde vamos. Dudo que hubiera alguna diferencia en caso de saberlo. Aunque estoy aquí encerrado, a los tumbos en esta suave prisión con ruedas, de algún modo quedé abandonado allá atrás, en la ciudad que caía lentamente, donde me encontraron.

Palabras

Vapor. Montaña. Recuadro. Aviso. Según. Espacio. Fotogramas. Ventana. Llave. Encuentro. Arbitrario. Inconmensurabilidad. Taza. Papel. Cornisa. Flujo. La manía de abrir la puerta. Cortante. Cargando baterías. Calculadora. Pasos. Algo expresado con gestos. No hay palabras para todo, así que a veces hay que usar frases. Botón. Pared. Esdrújula. Encender. Libro a medio leer. Gorro un poco chico. Control. Mi hijo juega con la computadora. La marea es un ejército de hombrecitos que persigue a la luna. Imán. Cuchara. Hojas amarillas, de árbol.

El hombre vestido de amarillo

El hombre vestido de amarillo está repartiendo flores. Nadie las acepta, aunque aclara que son gratis. Será que sólo tiene dos, y entonces todos desconfían. Ante un ramo grande alargarían la mano, sonreirían un poco, y caminarían unos metros, una cuadra, antes de tirar la flor a un tacho de basura. Pero hay dos flores nada más, y recibir la penúltima sería aceptar una complicidad extraña, un modo de ser pares, un igualarse con ese hombre de amarillo que entonces pasaría a tener una sola flor y así ya no habría reparto sino, tal vez, entrega. Y si no entrega, obligación.

Van volcando

Van volcando el contenido de los cajones en una pila inmensa. Cada grupo de cosas conserva su unidad, de manera que es posible ver miles de formas de cajón desprovistas de contenedor, unas sobre otras, de aquí al cielo.

El aire de los pulmones

Hay que expulsar de golpe el aire de los pulmones, y ver cómo esa pequeña nube que por ahora es casi nada se aleja de uno, se une a un grupo de nubes equivalentes, y sale a conocer el mundo.