Categoría: Microcuentos

Novelista

El título de su primera novela fue La princesa del castillo del lago. Al año siguiente publicó El castillo de la princesa del lago, y poco después El lago de la princesa del castillo. A esta altura, los críticos creyeron que ya habían descubierto todos los trucos de su obra. Pero se equivocaban, como descubrieron con la publicación de La princesa del lago del castillo, que sacudió los cimientos de la literatura de la época. Sin embargo, un par de años más tarde apareció el libro que todos vieron como un retroceso, El lago del castillo de la princesa, en el que se repetían temas y situaciones de libros precedentes. El autor intentó salir de su propia trampa escribiendo El castillo del lago de la princesa, y hasta cierto punto lo logró, pero la crítica dictaminó que tras esa, su sexta novela, las posibilidades combinatorias de su prosa estaban definitivamente agotadas. Es de creer que el escritor sintió la presión ineludible de esa sentencia, lo que llevó a su temprana muerte. Los herederos, desesperados por obtener beneficios de su obra, acabaron reuniendo papeles dispersos en un libro póstumo, que tuvo el raro efecto de resignificar el conjunto a través de una nueva perspectiva: El ogro.

Medir palabras

A Mar y a Ter les gusta medir palabras.
Mar resuelve crucigramas. Usa los dedos para contar letras.
Ter escribe poesía. Usa los dedos para contar sílabas.
Cuando se juntan, hablan así:
—País de África, seis letras, termina con “TO”.
—Flor que rime con “piel”, dos sílabas.
—Que está a mucha altura, siete letras, empieza con “EL”.
—Nombre de varón que rime con un mes del año, dos o tres sílabas.
Afuera se va yendo el día.

Montañas más altas

El gobierno de ese país cree que para atraer el turismo internacional necesitan tener montañas más altas. El paisaje chato, las ciudades planas, las lomas escasas que salpican los pocos sitios de interés no son suficientes. Dice el gobierno de ese país que la gente, al menos la gente que sale a hacer turismo, quiere vértigo.

Con los ahorros de generaciones, el gobierno compra enormes volúmenes de piedra de países vecinos. Bandadas de helicópteros gigantes trasladan tonelada tras tonelada de piedras y las dejan caer en sitios designados de antemano como los más promisorios para contener montañas.

Poco a poco el paisaje se va haciendo más oblicuo, más imprevisible. El gobierno construye miradores en sitios clave, y rápidamente el turismo internacional inunda el país con cámaras de fotos, camisas coloridas y dólares. No todavía por las montañas, que crecen lentamente, sino para contemplar el espectáculo único, un poco sobrecogedor, irrepetible, de su creación.

Así van las cosas durante un tiempo. Hay superávits. Hay reelecciones. Brotan hoteles y restaurantes de lujo. Prosperan las agencias de viajes.

Hasta el día en que el último helicóptero suelta la última piedra y se va para siempre.

Unos pocos grupos de turistas demorados aprecian el perfil de las nuevas montañas, alaban o critican el diseño, toman las últimas fotos. Luego se van, y para sorpresa del gobierno no hay nuevos turistas que vengan a reemplazarlos.

De pronto, los aeropuertos y las rutas internacionales vuelven a estar vacíos. En los hoteles limpian inútilmente las habitaciones sin ocupar. Los restaurantes mantienen la comida congelada hasta un poco más allá del tiempo prudente.

¿Qué pasa?, se preguntan los titulares catástrofe en los diarios, y también la gente en las esquinas, y el primer ministro.

Mientras tanto, en los países vecinos, las canteras profundas cavadas durante la extracción de las piedras se fueron tapizando de árboles para convertirse en bosques misteriosos, o llenando de agua hasta formar lagos de ensueño, o cubriendo con la pátina tentadora que suele tener lo subterráneo. Rápidamente, el turismo internacional decidió que las nuevas montañas no eran nada en comparación con estos paisajes sorprendentes, y con la ayuda de hábiles campañas publicitarias y ofertas de cómodas cuotas, obligó al gobierno del país sin suerte a desarrollar nuevos planes.

El hombre quieto

El hombre está en el pasillo de los lácteos y las galletitas, de espaldas a La Serenísima. Tiene el cuerpo inclinado hacia adelante, la mano apoyada en el borde de un estante, la mirada fija en las Oreo. Ya lo vi cuando pasé buscando yogur. Ahora que tengo varias cosas en el canasto y vuelvo porque me olvidé de la mermelada, resulta que sigue en el mismo lugar, en la misma posición.

Debe tener cincuenta años. Pelo casi blanco, poca altura, flaco. A la luz gris se lo ve pálido, pero todos estamos pálidos en este sitio. Tiene puesto un saco de lana verde oscuro, pantalones de vestir de un marrón claro como los que compré una vez y me quedaron cortos, zapatos negros. Toda ropa vieja, se nota en cómo cae y en cómo abultan los bolsillos.

Voy hacia atrás: queso rallado, un tomate. Pasillo del medio: fideos, salsa lista. Antes de ir a buscar el papel higiénico me asomo rápido y compruebo que el hombre sigue en el mismo lugar. Supongo que respira, pero no se nota. Se me ocurre que podría avisarle a alguien, pero ¿qué puedo decir? Tengo miedo de hacer, sin querer, de policía. No me gustaría que el chino del mostrador fuera a reclamarle algo.

La sensación es que nadie se da cuenta de que el hombre lleva minutos inmóvil. Sin embargo, mientras espío distingo al carnicero, salido de su corral, que espía también desde la otra punta del pasillo.

No es asunto mío. Voy a la caja. Saludo a la cajera, que se está gritando con el del mostrador y no me contesta. Pido una bolsa de plástico. Dejo el canasto en la pila. Se me ocurre que podría decir que me olvidé algo para ir una vez más a ver si el hombre se mueve, pero no lo hago. Pago, agradezco, me voy mientras los chinos siguen gritando.

Esta noche, en sueños, soy yo el hombre inmóvil que espera lo que no existe.

(Gracias a Matías Acosta por la ilustración.)

The End

La serie, que empezó con gran repercusión de público y crítica, llega al segundo episodio. En cierto momento el protagonista se enfrenta a mano armada con uno de sus enemigos, que son muchos y malvados. El enemigo es más rápido, tiene mejor puntería, está mejor entrenado. Para sorpresa de millones de televidentes, una bala atraviesa el corazón del protagonista, que muere en el acto.

La serie ya no puede continuar. El canal y los productores se ven obligados a cancelar el resto de la temporada. Las protestas inundan las redes sociales, pero no hay manera de volver atrás.
El guionista, por supuesto, nunca más vuelve a conseguir trabajo.

Intermitente

Cuando una persona bebe de la Fuente de la Juventud y deja ahí sus años, la convierte en la Fuente de la Vejez. La persona siguiente, que no ha notado el cambio, envejece en vez de rejuvenecer. Pero ahora la Fuente ha vuelto a su estado inicial, y espera al próximo afortunado.

Secretos

El cocinero nunca quiso revelar sus secretos. Pero, con el tiempo, muchos en la cuadra empezamos a notar:
Escasez de monedas de diez centavos.
Muchos gatos sin el ojo izquierdo.
Ni una flor en el jardín de Doña Eloísa.

Otoño

Es otoño. Sentado en el balcón de su casa, mira caer las hojas del árbol de enfrente. Las cuenta. A veces se le escapa alguna, cuando caen más de dos o tres al mismo tiempo. Durante un rato llueve, y entonces las caídas aumentan. Esta tarea lo pone un poco triste, pero es otoño y no se le ocurre otra cosa.

El lobo, el conejo y la serpiente

Había una vez un lobo que andaba por los bosques, se rascaba atrás de las orejas con las patas traseras y, por ser respetuoso de las tradiciones, le aullaba a la luna.

Lejos estaba de sospechar, este lobo, que al mismo tiempo (la misma vez) había un conejo blanco que vivía dentro de una jaula en el lavadero de cierto departamento de un tercer piso. El conejo no se rascaba atrás de las orejas, ni en ninguna otra parte. Es dudoso que tuviera noción de lo que es rascarse.

En tanto, ni lobo ni conejo tenían idea de la existencia de una serpiente (la misma vez, al mismo tiempo) que asombraba a los visitantes del zoológico cuando decidía desenrollarse, siempre tan lentamente, del tronco de árbol seco que le habían puesto para que se sintiera como en casa.

Esto podría seguir así indefinidamente, si no fuera que la vez (el tiempo) se nos va volando, y nos vemos obligados a terminar aquí. Por otra parte, no es común que los relatos con animales contengan más de tres especies diferentes.

Noche

Métrica esponjosa.

Mármol de Carrara.
Tos. Ginebra.
El sol es calculador.
No se acuerda de la estepa, no sabe dónde vive. Camina dando vueltas a la manzana y espera llegar a alguna parte. Eso cuando sale. A la mañana siguiente ya se olvida de las grandes decisiones, del potencial, de la palabra potencial, de las decisiones pequeñas. Sólo es la mañana, como antes fue la noche, y ninguna lleva a otro lado que el regreso a la misma calle, a la misma vereda, a la única ventana del edificio tras la cual hay una luz prendida.