Categoría: Bolsa sin clasificar

Cinco microcuentos

[21/5/2002]

La luz tenía el color de un viejo papel de lija.

*

En esa ciudad casi todas las calles eran contramano.

*

Ante los ojos desorbitados del empleado de correos, pegó la estampilla en el lado interno del sobre.

*

—Explíqueme esto —dijo el director del zoológico al empleado de mantenimiento, frente al huevo que acababa de aparecer en ese aviario donde todos los ejemplares eran machos.

*

Parecía una pared, pero era el nuevo vestido de tía Clara.

Karma

[18/5/2002]

Pisé la cucaracha en mitad del pasillo y saqué el pie rápido, con asco. Iba a buscar algo para limpiar el piso cuando noté que del cuerpo del bicho salía un hilito de humo, como el de una vela que se apaga. El hilito, de un blanco lechoso, subió con lentitud, y tardé unos segundos en notar que llevaba en su tope una especie de escama, o pétalo, o ceniza, del mismo color. Cuando llegó a la altura de mis ojos, la ceniza se detuvo y el humo formó un halo a su alrededor. Una voz de ninguna parte, que tal vez estuviera dentro de mí, dijo:

—Gracias, amigo, por salvarme de este karma miserable.

Sacudí la mano contra el humo, y luego varias veces más, hasta que se disipó. Entonces recordé que era mejor sacarme el zapato, para no ensuciar el piso en otros sitios cuando caminara. También tenía que comer algo.

Por ahí

[16/5/2002]

Camina sin pisar las rayas

[16/5/2002]

Camina sin pisar las rayas. Cruza las calles en línea recta. Se sienta con las manos en las rodillas. Se guarda la basura en los bolsillos. Pide perdón. Pide permiso. Da todos los vueltos. Habla en voz baja. Se acuesta temprano. Tiene documentos. Cierra la puerta cuando va al baño. Cae con gripe una vez por año. Usa edulcorante. Mira las chicas de reojo. Mira libros usados, pero compra nuevos. Usa zapatos. Usa medias. Se afeita. Dejó de fumar. Conoce los nombres de muchos vicios. Puede leer en inglés. Mira televisión. Viajó una vez. Se casó dos veces. Olvida los sueños. Olvidó los sueños. Cierra las cortinas antes de desnudarse. Lleva monedas para el colectivo. Guarda los boletos capicúas. Se ducha. Se corta las uñas. Usa desodorante en aerosol. Silba cuando nadie oye. Habla por teléfono con voz gruesa. Se ríe con todos los chistes. Lee el diario. Llora cuando va al cine. Le gusta el rock. Le gustan las milanesas a la napolitana. Le gusta la primavera. Tiene vergüenza. Va al gimnasio tres veces por semana, dos veces por año. Le gusta que se acuerden de él. Tiene dos hijos. Los quiere. Tiene cinco dedos en cada mano. Tiene un ombligo que nadie más ve. Tiene poco pelo. Tiene dos peines, uno de ellos en el bolsillo. Tiene un manojo de llaves. Se muere.

Los tres avisos

[16/5/2002]

El primer aviso decía: “Con calma que hay tiempo.”

El segundo aviso decía: “Ahora a paso normal.”

El último aviso decía: “Por tu culpa llegamos tarde.”

La vida

[3/5/2002]

Primero debo lograr hacerlo diez veces seguidas. Luego debo repetir diez veces ese logro. Hecho eso, hay que hacer todo eso nueve veces más, todas idénticas. Así es la vida.

[3/5/2012]

Todavía no terminé.

Macetas

[3/5/2002]

Cada día acomoda las macetas del balcón en un orden diferente. Desde la ventana de enfrente, sin que me vea, hago un croquis con cada nueva distribución.

Un día, furioso, la llamo por teléfono (ella no sabe que tengo su número, no me conoce).

—Te repetiste —le digo con voz tensa.

Al otro lado hay un silencio largo. Finalmente, suspira.

—Idiota —responde—. Ahora tengo que cambiar el código.

4×4

[3/5/2002]

Mide menos de un metro cincuenta. Tacos incluidos. Rulos teñidos de rubio también incluidos. Pasa junto a mí, sin veme parado en la calle a un paso de la vereda, preparado para hacerle señas al colectivo que viene. Está muy ocupada consigo misma, le lleva mucho tiempo y mucha energía mantenerse de una pieza. Recorre por el lado de afuera la hilera de autos estacionados, mientras busca y sacude unas llaves en la cartera.

El auto de ella es el más alto, una 4×4 roja, imponente, de escultor, para seis osos gordos. Cuando se sienta al volante, apenas se le ve la cabeza a través del parabrisas.

Contar

[3/5/3002]

Decidió contar todas las hojas de un árbol. Como no era tonto, eligió uno de hojas perennes.

[3/5/2012]

Moraleja: no se frustró, pero todavía está contando.

El gato y el árbol

[25/4/2002]

Las fábulas de Gimenez.
Hoy: El gato y el árbol

Una vez un gato entró en pánico, por motivos reales o no, y como suelen hacer los gatos corrió a treparse a un árbol. Llegó muy alto antes de mirar atrás, llegó donde el peligro seguramente no tenía derecho a perseguirlo.

Una vez ahí se detuvo y, en equilibrio sobre una rama angosta, consideró el siguiente problema: cómo iba a bajar. Estiró una pata hacia el tronco, lo acarició varias veces y comprobó que por ese lado estaba condenado a resbalar y caer. Dio media vuelta. Avanzó unos pasos por la rama, una pata por vez, suavemente, hasta asegurarse de que la rama no llevaba a ningún lado. Entonces retrocedió, muy lentamente, usando las uñas para aferrarse, hasta llegar de nuevo junto al tronco. Ahí se acostó. A falta de algo mejor, empezó a limpiarse.

Era de día, así que tenía que mantenerse escondido. Si alguien lo veía, iba a venir con una escalera para tratar de rescatarlo. Y se sabe que los gatos no quieren ser rescatados. De manera que, salvo las sucesivas operaciones de limpieza, se mantuvo quieto. Durmió, también, mientras pasaban las horas.

Se puso el sol. Se encendió alguna lamparita en la calle, débil, distante. La gente dejó de hacer ruido, dejó de pasar, apagó las luces en las casas. El gato, ahora completamente despierto, esperó un rato más, a que el último de los movimientos se acabara. Entonces, cuando ya no hubo riesgo de que lo descubriesen, se levantó, anduvo hasta el punto más lejano del tronco que se atrevió a pisar, y con un solo impulso decidido desplegó las alas y se fue volando.

Moraleja: Otra vez olvidé mi medicación.