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Bienvenido a bordo

Soy explorador de la galaxia y piloto de este libro. Quiero guiarte por lugares que nunca visitaste, para divertirnos juntos resolviendo los enigmas que aparezcan durante nuestra exploración. Antes de partir, necesito tu ayuda para poner la nave en condiciones. Mis sensores indican que hay 15 animales y bichos diversos escondidos por aquí. Pretenden viajar con nosotros como polizones, pero el espacio no es un buen lugar para ellos. ¿Podés encontrarlos? Cada vez que descubras uno, rodealo con una marca de lápiz.

Con este juego empezaba Mis amigos de otros mundos, un libro de la serie El laberinto de los juegos, que hicimos Douglas Wright y yo para Libros del Quirquincho a principios de los 90, y que salió en forma de fascículos en Página/12. Douglas rehizo el color en 2017.

A continuación, una ayuda para resolver el juego, parte del “Equipo de emergencia” del libro: una página con pistas para quienes ven difícil llegar a buen puerto.

Ahora, la solución.

En 2017, Douglas rehizo el dibujo de la tapa de Mis amigos de otros mundos. Esta es la nueva versión:

Había en el libro un espacio dedicado a información sobre los autores. Decía así:

Eduardo Abel Gimenez nació en 1954. Es escritor, músico y especialista en juegos. Publicó “El fondo del pozo” (novela, Minotauro, 1985). “Días de fuga de la prisión multiplicada” (juego de fantasía, Filofalsía, 1989) y “El misterio del planeta mutante” (novela, Libros del Quirquincho, 1993).

Douglas Wright nació en 1949. Es dibujante y humorista gráfico. Publicó “Humor libre” (Galerna, 1982) y “Cosa de locos” (Puntosur, 1986). Colabora en revistas con dibujos humorísticos y juegos visuales.

Ambos viven en Buenos Aires. Publicaron juntos “Bichonario. Enciclopedia ilustrada de bichos” (Libros del Quirquincho, 1991).

Le dejo la palabra a Douglas, que cuenta muy bien las cosas en su blog:

Encontré el original (a pluma, hecho con una lapicera escolar “Trabi”, que me gustaba usar entonces) y no pude resistirme a darle color. 

Por supuesto, Eduardo y yo no éramos así, exactamente, salvo que, en esa época, Eduardo usaba anteojos (y ahora los uso yo); Eduardo fumaba bastante y yo, por temporadas (ahora ninguno de los dos fuma); los dos teníamos cabelleras tupidas (ahora, sólo él…); y cosas así.

Estamos vestidos de “exploradores de otros mundos”, de acuerdo con el tema del libro, y explorar otros mundos, eso sí, es algo que siempre continuamos haciendo.

El súper zoom

Cuando a mi cámara le agrego el súper zoom, es como si tuviera un telescopio en las manos. Le saco fotos a lo que sea: un pelo de tu cabeza a cien metros de distancia parece una serpiente galáctica al acecho. En la primera imagen hay nueve escenas de la vida galáctica. En la segunda, las nueve fotos que saqué con el súper zoom. ¿Podés anotar en las casillas a qué escena corresponde cada foto?

 Este juego para resolver forma parte de Mis amigos de otros mundos, un libro de la serie El laberinto de los juegos, que hicimos Douglas Wright y yo para Libros del Quirquincho a principios de los 90, y que salió en forma de fascículos en Página/12. Douglas rehizo el color de muchas páginas en 2017, pero no de estas dos: así salieron por aquel entonces.

A continuación, una ayuda para resolver el juego, parte del “Equipo de emergencia” del libro: una página con pistas para quienes ven difícil llegar a buen puerto.

Y por último, la solución. Los números indican a qué escena corresponde cada foto, con la misma distribución que tienen en el juego.

Extrañas familias

Con el auge de los viajes espaciales, seres de muchos planetas salen a conocer el universo. Y claro, a veces se enamoran. ¿De quién? Bueno, es cuestión de gustos, y sobre gustos hay de todo en la galaxia. El resultado es que a veces se forman raras parejas, y esas parejas tienen hijos. Los hijos, como todo el mundo sabe, se parecen un poco a mamá y un poco a papá.

Aquí traje retratos de seis padres y seis madres galácticos, y de sus respectivos hijos. Ya te habrás dado cuenta de que están mezclados. Y por supuesto, el desafío consiste en que hagas de oficial del Registro Civil y descubras quién es el padre y quién es la madre de cada niño.

Este juego para resolver forma parte de Mis amigos de otros mundos, un libro de la serie El laberinto de los juegos, que hicimos Douglas Wright y yo para Libros del Quirquincho a principios de los 90, y que salió en forma de fascículos en Página/12. Douglas rehizo el color de muchas páginas en 2017, pero no de estas dos: así salieron por aquel entonces.

A continuación, una ayuda para resolver el juego, parte del “Equipo de emergencia” del libro: una página con pistas para quienes ven difícil llegar a buen puerto.

Y por último, la solución. Los números indican quién es el padre y quién la madre de cada niño, con la misma distribución que tienen los niños en el juego.

Libros de mi adolescencia (8-14)

Segunda semana de posts sobre libros para Un mes de.

8 de febrero

¿Tiene usted una cabeza en su casa?, de varios autores. Tierra Nueva, Montevideo, 1970. Un emprendimiento de Marcial Souto, que por entonces también fue el primero en publicar a Mario Levrero. Lo leí en 1973.

9 de febrero

El mundo sumergido, de J. G. Ballard. Minotauro, 1966. Lo leí en 1969, a los quince años.

10 de febrero

Devuélvanme mi amor, de varios autores. Mir, Moscú, 1971. Este libro parece cualquier cosa menos lo que es: una recopilación de cuentos de ciencia ficción publicada por una editorial soviética. Lo leí a los 19 años.

11 de febrero

Bases, de Juan Bautista Alberdi. Eudeba, 1966. Fue lo primero que me dieron cuando empecé a cursar materias de Sociología, en la UBA, a punto de cumplir dieciocho años. Duré un par de meses, nada más.

12 de febrero

El caso de Charles Dexter Ward, de H. P. Lovecraft. Barral Editores, Barcelona, 1971. Lo leí en el 72.

13 de febrero

Soy leyenda, de Richard Matheson. Minotauro, 1960. Lo leí en el 71.

14 de febrero

Aventuras de Arturo Gordon Pym, de Edgar Allan Poe. Quimantú, Santiago de Chile, 1972. Lo leí en 1974. Qué ruido hace ahora ese “Arturo”. Según el colofón, la edición fue de 50.000 ejemplares.

La ciudad más lejana

Estamos llegando a la ciudad de Jiribiliji, capital del planeta Uku. Es la ciudad más lejana de la galaxia, donde casi nadie ha llegado antes. Esperamos encontrar asombrosos habitantes de costumbres extrañas… Y así es, porque resultan exactamente iguales a nosotros. Apenas repuestos de la sorpresa, observamos con atención el paisaje de esta página. Mientras tanto, en la página que está más abajo…

… aparecen nueve escenas captadas por mis sensores, que son capaces de atravesar paredes, puertas y ventanas. Nuestro desafío: descubrir en qué sitio de la ciudad está oculta cada escena.

Este juego para resolver forma parte de Mis amigos de otros mundos, un libro de la serie El laberinto de los juegos, que hicimos Douglas Wright y yo para Libros del Quirquincho a principios de los 90, y que salió en forma de fascículos en Página/12. Douglas rehizo el color en 2017.

A continuación, una ayuda para resolver el juego, parte del “Equipo de emergencia” del libro: una página con pistas para quienes ven difícil llegar a buen puerto.

Y por último, la solución.

Mis amigos de otros mundos

Mis amigos son muy raros. Altos y bajos. Humanos y no humanos. Ricos y pobres. Animales y minerales. Pero yo los quiero a todos. Entre otras cosas porque tengo algo en común con cada uno de ellos: así como yo elegí la vieja y querida Tierra para vivir cuando no estoy de exploración, cada uno de mis amigos eligió el mundo perfecto para él. Aquí te presento sus retratos. Arriba, de mis amigos:

Abajo, de sus mundos. Mirando los retratos tendrás bastante información sobre ellos, aunque está todo mezclado. ¿Te atrevés a decir en qué mundo vive cada uno? (No le cuentes a nadie, pero te doy uno ya resuelto.)

Este juego para resolver forma parte de Mis amigos de otros mundos, un libro de la serie El laberinto de los juegos, que hicimos Douglas Wright y yo para Libros del Quirquincho a principios de los 90, y que salió en forma de fascículos en Página/12. Douglas rehizo el color en 2017.

A continuación, una ayuda para resolver el juego, parte del “Equipo de emergencia” del libro: una página con pistas para quienes ven difícil llegar a buen puerto.

Y por último, la solución.

Autopista espacial

En el espacio también hay autopistas, por donde andan los vehículos más extraños que te puedas imaginar. Cuando se arma un embotellamiento como este es posible pasarse días sin avanzar un solo año luz. Mi deporte favorito, en casos así, es mirar las otras naves, a ver si hay dos iguales. Y sí, casi siempre hay, como ahora. Yo ya las encontré. ¿Y vos? (Marcá con círculos las dos naves iguales.)

Este juego para resolver forma parte de Mis amigos de otros mundos, un libro de la serie El laberinto de los juegos, que hicimos Douglas Wright y yo para Libros del Quirquincho a principios de los 90, y que salió en forma de fascículos en Página/12. Douglas rehizo el color en 2017.

A continuación, una ayuda para resolver el juego, parte del “Equipo de emergencia” del libro: una página con pistas para quienes ven difícil llegar a buen puerto.

Y por último, la solución.

El espejo caprichoso

Los espejos del planeta Furgunji tienen dos características únicas en la galaxia. a) Sólo trabajan cuando están acostados. b) Jamás reflejan las cosas tal como son. Acabamos de llegar a la ciudad de Gurgunja, capital del planeta Furgunji, y la vemos reflejada en un espejo furgunjiano, acostado allá abajo. Hay diez diferencias entre la ciudad verdadera y el espejo. ¿Podés encontrarlas?

Este juego para resolver forma parte de Mis amigos de otros mundos, un libro de la serie El laberinto de los juegos, que hicimos Douglas Wright y yo para Libros del Quirquincho a principios de los 90, y que salió en forma de fascículos en Página/12. Douglas rehizo el color en 2017.

A continuación, una ayuda para resolver el juego, parte del “Equipo de emergencia” del libro: una página con pistas para quienes ven difícil llegar a buen puerto.

Y por último, la solución.

El crítico de palabras. Hoy: aguantar

Qué porquería de palabra. Qué asco. Como un caracol vivo en medio de la ensalada.

Los labios se fruncen, la lengua se encoge, y no pasa nada. No suena un beso, no se tocan los dientes. Hay que decirla en voz alta sintiendo los músculos de la boca para descubrir la frustración que se esconde en esta palabra.

Aguantar. ¿Echar agua? ¿Quitar o poner un guante? El origen apunta a la segunda, pero el baldazo de agua fría es lo que más se siente.

Dice la Real Academia, en uno de sus arrebatos cómicos: “6. tr. Taurom. Dicho de un diestro: Adelantar el pie izquierdo, en la suerte de matar, para citar al toro conservando esta postura hasta dar la estocada, y resistiendo cuanto le es posible la embestida, de la cual se libra con el movimiento de la muleta y del cuerpo”.

Dice la hinchada: apoyar a un equipo de fútbol, a una banda de rock, no importa lo que haga, de manera acrítica, aun sabiendo que se cae en lo más bajo de la escala (de cualquier escala que venga al caso), porque es lo que hay que hacer, porque es la única manera de demostrar algún valor, algún coraje, porque es el camino para alcanzar la pertenencia a algo, no importa a qué.

Aguantame: esperame sin salpicar, sin tirarme un guante.

Me aguanto: acepto maltrato, hambre, políticas dañinas.

En palabras de la Real Academia, “en la suerte de matar”.

Basta, se acabó. No hay que aguantar nada. Y si hay que aguantar algo, por lo menos que sea con otra palabra.

En China mandaban a las mujeres a bucear para recoger moluscos (abulones, orejas de mar), porque se creía que las mujeres podían aguantar más la respiración. (Obra del siglo XIX por Katsushika Hokusai, con un poema de Sangi Takamura, tomada de Wikipedia.)

El crítico de palabras. Hoy: En pares

1. Rodondendro y edredón son dos palabras tan afines que deberían nombrar cosas semejantes. Parecen parte de un idioma diferente, sonoro, estentóreo (“¡Rodondendro y edredón! ¿Dónde, dónde? ¡En derredor!”). Sin embargo, no solo sus significados son divergentes: también las asociaciones que me despiertan, esas que probablemente vienen de cuando era chico y todavía andaba adivinando qué era qué. Edredón siempre me sonó a química, a efedrina. Rododendro, en cambio, podría ser un roedor exótico, un animal de largos dientes que hace agujeros en el desierto de un libro ilustrado de la década del 60.
2. Tengo una relación pésima con la palabra peyorativo. Se me mezcla con epopeya. Me pasa que quiero decir que algo es peyorativo, y la palabra no me sale, y lucho pero no hay caso, me viene a la cabeza la palabra epopeya, que se le parece tanto en la rareza, y la cosa no cierra. Epopeya es un tapón, un corcho que me impide ver más allá y me obliga a renunciar a la frase, a veces a la conversación entera.

—Lo dijo en sentido epopeya.

—¡Pero eso es muy epopeya!

Ya sé que no es culpa de peyorativo, sino de mi cerebro. Pero que nadie diga que se trata de una palabra amable con las personas.

3. Cuando era chico creía que las almendras eran las redondas, y las avellanas las alargadas. La confusión duró mucho tiempo. Aún hoy, cuando miro almendras, tengo que pensarlo dos veces para no decir avellanas.

También de chico recibí en clase de inglés una lista de pares de palabras opuestas. Entre ellas, black y white. Mirando los dibujos me daba cuenta de que eran negro y blanco, pero no en qué orden. Por similitud, deduje que black debía ser blanco (las dos empiezan con “bla”, ¿no es cierto?). Me enteré del error al día siguiente, pero tardé años en terminar de creerlo.

Las cosas no deberían venir en pares. El cerebro es demasiado complejo para ocuparse con eficiencia de algo así.

“Lost in Grey Matter”, por Malo Tocquer (claramente inspirado en Escher).